CRONONUTRICIÓN
La “crononutrición” se define como, “disciplina emergente de la ciencia que rodea las complejas interacciones entre la biología circadiana, la nutrición y el metabolismo” (Ruddick-Collins et al., 2018). Otro concepto clave es el de “cronobiología” ya que es el pilar en el que asienta la crononutrición, “ciencia que estudia los cambios que presenta el individuo a lo largo del tiempo” (Gómez-Abellán et al., 2012).
En los últimos tiempos, se ha empezado a tener en cuenta como la cronobiología y sus ritmos circadianos pueden estar influyendo en la salud y la enfermedad de la población, ya que intervienen en los diferentes procesos fisiológicos y biológicos del cuerpo humano. Hoy en día el estado nutricional es evaluado por mediciones antropométricas y parámetros bioquímicos. Pero es importante entender, que no sólo puede ser evaluado con estos parámetros, sino que hay que tener en cuenta también el contexto sociocultural. Los problemas nutricionales no pueden ser evaluados de manera general, ya que no todas la sociedades ni culturas son iguales. Audrey Richards (1939) nos decía:
La nutrición es el deseo más recurrente y primario, mientras que si nos fijamos en una esfera más amplia como es la sociedad humana, la nutrición determina la naturaleza de las agrupaciones sociales y la forma en que adaptan sus actividades.
Existen evidencias científicas de que los ritmos circadianos poseen una correspondencia directa con el metabolismo y con los nutrientes que ingerimos, siendo la luz un factor modulador (Takahashi, 2017). Esta luz se corresponde con los ciclos diarios de luz/oscuridad (período aproximado de 24 horas) y es quien activa el núcleo supraquiasmático (SCN) que se encuentra en el hipotálamo; a través de las células ganglionares de la retina que son fotosensibles como es la melanopsina (fotopigmento sensible a la luz azul) (Hatori y Panda, 2010) (Chaix et al., 2019). A este órgano se le denomina “reloj maestro o central”. El conocimiento de estos ritmos se remonta a la antigüedad donde se planteaban la relación entre algunas enfermedades y los ritmos biológicos, por lo observado en plantas y animales (Franco, 2016).
El reloj central es quien controla el metabolismo y funcionalidad de todas las células del organismo en las diferentes vías metabólicas, expresando nuevas enzimas y diferentes factores metabólicos (Asher y Sassone-Corsi, 2015). Siempre teniendo en cuenta la luz como desencadenante de la modulación de las vías de señalización del cuerpo. Según Versteeg et al. (2016), en la Conferencia sobre “Roles of sleep and circadian rhythms in the origin and nutritional management of obesity and metabolic disease”:
El aumento de la duración (pero no la intensidad) de la exposición a la luz diurna se asocia con la salud metabólica, mientras que una mayor exposición a la luz durante la noche se asocia con la enfermedad metabólica.
Se han identificado otros relojes en los diferentes tejidos del cuerpo. Se les conoce como “relojes periféricos”, se ubican en el intestino, páncreas, hígado, músculo esquelético y tejido adiposo. Son capaces de gestionar el apetito y la saciedad, el tiempo de digestión, las hormonas y la transformación de nutrientes. Estos dependen del reloj central, pero existen evidencias de que los relojes periféricos pueden mantener sus ritmos de forma independiente, si fuera necesario (Bass, 2012) (Jiang y Turek, 2017). Pudiendo la ingesta de alimentos, arrastrar los ritmos de los tejidos periféricos antes nombrados y sus funciones fisiológicas, provocando una modulación de la expresión de los genes (Wehrens et al., 2017).
Podemos ver que existen diferentes formas de producirse un desfase entre el organismo humano y los ritmos circadianos naturales, como son:
-
- Las mutaciones en los genes Clock y Bmal1 y la producción de fenotipos anormales metabólicamente, dando como resultado obesidad metabólica, diabetes mellitus o el llamado síndrome metabólico (Marcheva et al., 2010) (Mariné et al., 2018).
- También desde el punto de vista evolutivo, podemos decir que el ser humano tenía la capacidad de almacenar grasa como fuente de energía. Esto fue un fenómeno adaptativo a la falta de alimentos en ciertos momentos y la incapacidad de poder almacenarlos (Busdiecker et al., 2000) (Montero, 2001) (Cantú y Moreno, 2007). Esta capacidad de almacenar grasa fue un factor genético evolutivo utilizado para sobrevivir debido a una gran actividad física. Pero hoy en día, aunque nuestra genética no ha cambiado, si lo ha hecho nuestro estilo de vida, siendo una población prácticamente sedentaria. A esto tenemos que sumarle el aumento en la ingesta de grasas y azúcares refinados, provocando un aumento de la obesidad metabólica, de las enfermedades crónicas no transmisibles y un arrastre de los relojes periféricos.
- Otro factor es la cronodisrupción que ha sufrido el hombre debido a la introducción de la luz eléctrica en sus vidas, haciendo que los ciclos de sueño/vigilia se encuentren alterados para poder adaptarse a los ritmos de vida/trabajo y alimentación/ayuno. A esto se le conoce como “descompensación horaria social” o “jet lag social” (Calvo y Gianzo, 2018).
Las tecnologías no solo son herramientas, sino que deberíamos entenderlas desde el concepto de su uso y representación, o sea desde la cultura (Ramírez, 2009). Esto nos muestra como decía Bijker (1995), una “flexibilidad artefactual”, ya que la tecnología será moldeada por la sociedad dependiendo de sus necesidades y su visión. Además, todos estos avances nos han traído una nueva forma de satisfacer las necesidades en alimentación, asociados al estilo de vida (turnos de trabajo, uso de tecnologías, etc.), además de la comercialización y conservación de los alimentos (Aguirre, 2001).
La crononutrición trata, no sólo de dar respuesta a cuál es el momento adecuado de la ingesta sin afectar a los ritmos biológicos intrínsecos. La crononutrición también trata de ver como la composición y el tamaño de nuestra ingesta puede perturbar los relojes periféricos.
Diferentes estudios nos muestran cómo la disrupción en los horarios de comida puede estar relacionada con un riesgo elevado de sobrepeso y otros efectos antagonistas en el metabolismo del ser humano (Aparicio et al., 2017) (Oike et al., 2014) (Hariri y Thibault, 2011) (Jakubowicz et al., 2013). Nos movemos en un sistema económico donde existe menos tiempo y se condensa el consumo (palomitas y película). Este tipo de consumo está interiorizado y esto hace que no seamos conscientes de lo que estamos ingiriendo ni en qué momento (Mintz, 1996). También se ha demostrado que la disrupción en el tiempo de sueño (trabajos a turnos, interacción con tecnología, etc.), lleva asociado la aparición de diferentes enfermedades como el síndrome metabólico (Chaput et al., 2007) (Stranges et al., 2010) (Wu et al., 2014).
Las alteraciones en los ritmos circadianos producen variaciones anormales en diferentes parámetros como, elevación de niveles de glucosa e insulina, incremento de la presión arterial, disminución de los niveles de leptina (hormona de la saciedad), disrupción en los períodos de sueño y variaciones en los tiempos de secreción de cortisol (hormona implicada en el metabolismo y la respuesta al estrés, con niveles pico al comienzo de la fase activa) (Hirayama et al., 2018).
Hay estudios que evidencian que la ingesta de forma incontrolada en tiempo y forma hace que se alteren las señales de hambre y saciedad, dando como resultado niveles bajos de leptina sérica (Oike et al., 2014) (Gómez-Abellán et al., 2011) (Scheer et al., 2009). Esto conlleva un incremento del apetito, llevándonos a una mayor ingesta con la consiguiente aparición de la obesidad (Hirayama et al., 2018). La ghrelina (hormona del hambre), también se expresa según un ritmo circadiano, siendo sus valores más bajos en humanos en la fase oscura, mecanismo fisiológico para no sentir hambre durante el sueño (Bo et al., 2017).
Ya Fischler en 1979, hablaba de la sustitución de la “gastro-nomía” por la “gastro-anomia”, explicando como las comidas se estaban volviendo “desocializadas y aperiódicas”; por lo que las hormonas de la saciedad y el apetito podrían encontrarse totalmente alteradas.
En un estudio en roedores, se ha visto que otro factor disruptivo es el tipo de macronutrientes que ingerimos. Se ha demostrado que el consumo de una dieta alta en grasas (HFD) hace que los roedores aumenten su ingesta en período diurno (fase en la que ellos deberían estar durmiendo), produciéndose un aumento en el peso por una alteración de los lípidos, y de los niveles de leptina, insulina y neuropéptidos (Kohsaka et al., 2007).
En humanos lo que pudo observarse es que, al aplicar un cambio de porcentaje en los macronutrientes, los niveles de cortisol se veían alterados, al igual que los genes involucrados en los procesos metabólicos e inflamatorios (Pivovarova et al., 2015).
Por último, es imprescindible no olvidarnos del papel importantísimo que juega el microbioma intestinal en todo nuestro organismo y cómo modula los ritmos endógenos. Es como un “director de orquesta”, ya que gestiona la energía que nos proporcionan los alimentos y los productos derivados que se ocasionan; dirigiendo en cada momento qué proceso debe actuar.
La composición del microbioma varía según el momento del día, por lo que posee un ritmo circadiano (Asher y Sanssone- Corsi, 2015) (Thaiss et al., 2014). El microbioma también podría afectar al reloj central, interviniendo en las funciones neurales y sus ritmos a través del eje intestino-microbioma-cerebro. En una intervención con probióticos en roedores se redujeron los niveles de cortisol libre en orina y se vio como algunas especies de bacterias del intestino modulaban los niveles de leptina y ghrelina (Mayer et al., 2014) (Van de Wouw et al., 2017). Por lo tanto, si el microbioma no está en condiciones óptimas, este se convierte en un factor de riesgo inflamatorio afectando la asimilación de nutrientes y los procesos metabólicos.
En resumen, debemos pararnos un momento y dar un paso atrás para ampliar nuestra mirada, haciendo uso de la alteridad como herramienta. Ya que la reconfiguración de la parte productiva de la sociedad junto con el tiempo, el trabajo y el ocio han recompuesto nuestra dieta. Ya en 1985, los antropólogos Marvin Harris y Levi–Strauss se planteaban, ¿“lo que es bueno para pensar es bueno para comer”? o ¿“lo que es bueno para comer es bueno para pensar”? (Harris, 1989). Paradigma que nos muestra una conexión entre alimentos (sociedad) y el reloj maestro o central (biología).
Por lo tanto, es necesario encontrar la relación entre tiempos y alimentos para poder prevenir los trastornos de las vías metabólicas y por consiguiente frenar el desarrollo de enfermedades metabólicas.